Tarantella Napolitana o la felicidad del Virrey

Las opciones eran tres: la primera, una visita a la isla de Capri donde veranea el famoseo, los quioscos 
de periódicos son diseño Dolce y Gabanna y el papel de baño de Ives St. Laurent –. Era prescindible, mi
 relación con Donatella Versace no pasaba por su mejor momento y ya me compraría alguna revista del
 corazón. Seguro que me enteraba de más y más barato-; 

La segunda, las ruinas de Pompeya para ver cómo en el año 79 DC (Sara Montiel comenzaba a dar sus
 pasitos cantando) quedó una inmensa ciudad tras la erupción del Vesubio y que al que pilló visitando a
 Roca (no sé la marca de aquella época) allá quedó sepultado en lodo y ahora los turistas de hoy
 podemos ver su molde; 

La tercera, perderme por Nápoles y ver vivos normales (o, al menos eso pensaba yo). Estaba claro. Y
 dispuse a darme un garbeo por Nápoles. 

Según pones pie a tierra eres consciente de que estás en otro mundo. Una jauría de taxistas sin licencia
 te asaltan –colándose los unos a los otros, metiéndose unos paquetes de agárrate que hay curvas entre
 ellos, gesticulando como solamente saben hacerlo los napolitanos- ofreciendo llevarte a Pompeya por 40
 euros. Cuando les dices en correcto spagnolo que lo que quieres es pasear por la ciudad, insisten: por
 20 euros está usted en la puerta de Pompeya. Que no¡ que me voy de paseo por Nápoles. 

Los pasos de cebra son orientativos, decorativos, dan al peatón una idea de por dónde pensaba el que
 los pintó que podían pasar, pero cruzarlos –y como hice yo, mirando un mapa de la ciudad- es jugarse
 la vida. Empieza ser más fácil cuando aprendes que un bocinazo en napolitano significa “¡quítate, qué
 voy¡” y dos bocinazos “¡si ya te lo había advertido¡”. Menos mal que siempre quedan las “areas
 pedonales” que, aunque alguno haya pensado alguna cosa diferente, son para poder pasear andando. 

Según algunos, Nápoles es la ciudad más bella del mundo (yo soy uno de ellos); según otros, un
 laberinto ruidoso y horrible (también lo comparto, pero es que Nápoles es ambas cosas) de gente
 bulliciosa, mercados y puestos de comida al aire libre, ropas tendidas, calles estrechas, iglesias que
 aparecen escondidas entre rincones, griterío de la gente, motos y más motos... 

Prometo que ví un señor en moto sin casco, con la mujer detrás sin casco, con la hija de pié entre el
 conductor y el manillar sin casco, hablando por el móvil que, hábilmente sujetaba con el hombro y la
 mejilla mientras saludaba a un supuesto amigo carabinieri que patrullaba por la acera. 

Es cierto que si se visita sólo con los ojos, es muy probable que sus calles -de limpieza un tanto dudosa
(que fino me ha quedado), guarras como mi ciudad, Pamplona, un 7 de Julio, San Fermín, a las dos de
 la tarde-, sus deteriorados palacios reconvertidos en casas –que recuerdan vagamente a las calles de La
 Habana- y su circulación caótica te pongan “un poquillo nervioso”. 

Yo, que llegaba por primera vez, tuve la impresión de que los napolitanos se divierten dando vueltas sin
 cesar en sus coches, un curioso ballet al ritmo de unos cláxones que dura hasta las cuatro de la
 mañana. 

Al centro histórico se llega por la Via Toledo en recuerdo del Virrey Pedro Álvarez de Toledo y Zuñiga
 que, además de hacer muchas obras buenas en Italia y tener una descendencia extensa, parece que no
 pudo resistirse a los encantos de las damas locales. 

Se ve que el Ilustre Virrey le gustaba bailar la tarantela napolitana cuyo nombre tiene su origen en la
 Edad Media, en que la que se pensaba que el remedio para librarse de la picadura de una araña muy
 venenosa, era moverse mucho y bailar por tres o cuatros días, para que a través del sudor se
 eliminaran las toxinas del veneno. 

Don Pedro y una bella dama napolitana casada debieron bailar mal -o dar algún paso equivocado-
 porque las toxinas de la hermosa dama napolitana casada no se eliminaron del todo y de ese baile,
nació un hijo bastardo en 1536. Raphaelin le pusieron al tierno a la par que ilegítimo infante. 
 

Volviendo a Nápoles, la Via Toledo ha sido durante mucho tiempo la principal calle de la ciudad desde
 que los virreyes españoles -como en esa clase de historia de 1984 estaba embobado mirando a la
 morena que me gustaba, no me acuerdo si eran Austrias o ya Borbones- eliminaron los muros
 defensivos erigidos por la Corona Catalanoaragonesa-. 

A lo largo de la vía Toledo, calle donde se juntan el mayor bullicio, ruido, napolitanas, vendedores
 ilegales, hábiles carteristas por metro cuadrado -alrededor de la estación central se extiende el mayor
 mercado de mercancías robadas de Europa occidental-, se instalaron todas las principales familias
 nobles con sus palacios, mientras que el espacio entre la Via Toledo y los nuevos muros se construyeron 
viviendas militares (I Quartieri Spagnoli, los barrios españoles). La ragazza de información y turismo se ofendió cuando pregunté si había zonas en las que había peligro de robo. Debió pensar que, con las pintas que llevaba, poco me podían quitar. 

Ahora todos estos palacios se han convertido en casas populares, con calles de una anchura de 3 metros
 en las que se puede ver la mayor exposición de lencería fina y gruesa, moderna y paleolítica, masculina
 y femenina que te puedas imaginar. Paseando por esas calles que además de estrechas son
 empinadísimas, fui paseando y jugando a adivinar el sexo y edad de los/as que vivían en cada casa. 

Cuando veía unas enaguas de color beige, unas bragas y sujetador años setenta y unas tanguitas y
 minisujetadores de color rojo con encajes primorosos, suponía que vivían las tres generaciones de
 mujeres de la familia –abuela, madre y nieta-. 

Cuando veía –disculpad por el crudo realismo descriptivo- media docena de calzoncillos más bien
 roñosos y con zonas de claroscuros, me imaginaba un piso de estudiantes. 

Cuando lo que colgaban eran una colección de impecables Calvin Klein y las multicolores braquitas y
 sujetadores imposibles, me imaginaba a unos recién casados. ¡Hay que estar colgado para ir haciendo
 esto…¡ pensaba yo, venir a Nápoles a ver bragas y calzoncillos, pero ¡¡Y lo bien que me lo pasé¡¡ 

En fin, dejemos la ropa interior de los vecinos de este barrio con una última curiosidad: en un momento
 dado me dí cuenta que había señales de dirección única y de prohibido el paso legales y otras “hechas a
 mano con madera”. Está bien esto de que los propios habitantes del barrio organicen el tráfico en su
 zona –para que las motos, los coches no pasan, no pasen por su casa haciendo ruido-. Se lo propondré
 a la alcaldesa de mi ciudad dentro de su programa de participación ciudadana: “¡Ponga usted las
 señales en sus calles¡”. 
 
Continuando el paseo por las vias Tribunali y Vicaria, las carnicerías, abiertas a la calle, como casi todo,
 mostraban toda la variedad de casquería que uno se puede imaginar, sesos, hígados, cabezas de
 “porco” que te haría escapar sino fuera porque que quien la regenta es una bellísima napolitana
 morena, con unos ojos negros, negrísimos que hipnotizan y con una delantera que no tenía la scuadra
 azurra que ganó el mundial de España 82 (míticos Conti, Graziani y Rossi). ¿será porque, como dicen,
 en la antigüedad, las mujeres de Nápoles salían en las noches de luna llena a los balcones para que sus
 pechos fueran más voluminosos?- En aquella época las plazas de sereno del Ayuntamiento estarían
 solicitadísimas (pido disculpas a la Ministra Aído en particular y miembras en general por este
 comentario machista impropio de un cultivado universitario ibérico pero…)- 

Futbol e Iglesia. Nápoles es una ciudad con dos religiones mayoritarias –y curioso, no excluyentes, para
 que aprendan las demás-: la católica con San Genaro como patrón y el fútbol con San Maradonna como
 protomartir-. 
 
Empezamos por un poco de fútbol. Cuando ves esta ciudad entiendes las palabras de Eduardo Galeano,
 gran escritor uruguayo que nunca recibirá el Nobel aunque se lo merezca porque no baila al son que la
 Academia Sueca desea y que demuestra (yo pensaba que no podía ser… y me tranquiliza…) que puedes
 ser un gran intelectual y morirte por los colores de tu equipo (ya solamente me falta volverme un
 intelectual).. 
 
Eduardo, cuando Maradona fue arrestado y encarcelado por consumo de coca durante el Mundial de
 1994, escribía que “En Nápoles, Maradona fue santa Maradonna y san Gennaro se convirtió en San
 Gennarmando. En las calles se vendían imágenes de la divinidad de pantalón corto, iluminada por la
 corona de la Virgen o envuelta en el manto sagrado del santo que sangra cada seis meses, y también se
 vendían ataúdes de los clubes del norte de Italia y botellitas con lágrimas de Silvio Berlusconi. Los niños
 y los perros lucían pelucas de Maradona… 

… Hacía más de medio siglo que el equipo de la ciudad no ganaba un campeonato, ciudad condenada a
 las furias del Vesubio y a la derrota eterna en los campos de fútbol, y gracias a Maradona el sur oscuro
 había logrado, por fin, humillar al norte blanco que lo despreciaba. Copa tras copa, en los estadios
 italianos y europeos, el club Nápoles vencía, y cada gol era una profanación del orden establecido y una
 revancha contra la historia”. 
 
Bonito, no? Me aprovecho de este gran uruguayo pero es que cuando ya hay alguien que lo cuenta tan
 bien, para que voy a estropearlo. 

Y si dejamos el fútbol, ¿que queda? la Iglesia.

Cuando llevas un rato deambulando, te percatas de que el culto a la religión es entre pasional y
 macabro. En las calles estrechas te encuentras hornacinas con vírgenes rodeadas de las fotos de los
 vecinos de la zona que han muerto últimamente o que es su aniversario. 

Doblas una esquina y te encuentras con una figura de un monje con los brazos extendidos hacia tí que
de dan ganas de rezar, pero no por una repentina exaltación de fe, sino por el susto que te pega el 
monigote¡ Probablemente a Mary Shelley, le pasó lo que a mí y no pudo menos que, para su novela 
Frankenstein, hacer que el Dr. Víctor Frankenstein naciera en el barrio napolitano de Chiaia. 

Es inquietante pensar que hasta 1950 que un obispo –para que luego digan que son anticuados y no son
hombres de su tiempo- decidió abolirlo, se celebraba la ceremonia de las capuzelle (las cabecitas): en el 
cementerio de Fontanelle, en el barrio de la Sanità (feudo de la camorra), donde los vivos tomaban un 
cráneo con el que mantenían una conversación muy cariñosa salpicada de besos, caricias y confidencias 
a media voz. 

Y si, esto no es suficiente, hoy en día, el día de Todos los Santos la familia napolitana al completo sale
para merendar sobre la tumba de sus antepasados. Podemos imaginarnos extender el mantel a cuadros 
sobre la tumba de los abuelos, apartando las flores para poner las tortillas, las ensaladas, la gaseosa, el 
vino,… Picnic con los tatarabuelos. ¡Planazo! 

Siguiendo esta línea vampiro-religiosa, aunque tengo vicios, la escatología gore no es uno de ellos pero
no pude resistirme a visitar la Catedral de Nápoles, consagrada a San Genaro aunque no fuera el 19 de 
septiembre, día en que se produce la tan esperada licuefacción de la sangre de San Genaro. 
 

Este buen hombre, Genaro, obispo de la zona por el año 305 (Sara Montiel ya era reconocida como una
artista en los cabarets de Pompeya , Nápoles y Palermo) fue decapitado por los romanos. Dos ancianas 
(¡anda que no tendrían otra cosa que hacer¡, me las imagino chismorreando por la via vespucci poniendo 
a caldo a la vecina, cosiendo unos calcetines “al suo fillo”) recogieron un poco de sangre en dos ampollas 
de cristal. 

Actualmente, cada 19 de Septiembre, en medio de un gentío exaltado y vociferante, se puede ¿ver? un
pequeño coágulo seco del que se escapa un sutil hilo de lo que parece ser sangre. Cuanto menos tarda 
la sangre en licuarse más próspero se anuncia el año para Nápoles y los napolitanos (por eso el oficiante 
suele venir con las manos calentitas para no parecer gafe y que el coagulito de marras se caliente antes, 
no le deje en ridículo y le echen la culpa de que el Nápoli FC baje a segunda, que suban las hipotecas y, 
lo que ya sería “incredibile” como dicen ellos, que el Vesubio se vuelva a poner calentito -aunque podría 
ocurrir porque con las turistas que suben,… (perdón Bibiana, lo reconozco, ha sido un chiste grosero,
 fácil, machista y políticamente incorrecto, indigno de un estudiante de colegio de curas, pero…)… . 

Si todo esto parece todavía poco, conforme paseas por el barrio ves carteles tamaño electoral con las
esquelas de los últimos vecinos que han abandonado su querido y destartalado barrio, eso sí, con el 
correspondiente anuncio de la funeraria y el programa de los actos religiosos. Los carteles, fotos y 
listado de familiares que rogaban por el alma de Rita Pepe, 67 anni y Fumo Rosa 82 anni (no me invento 
los nombres los apunté en la libreta que me compré una vez que ví que esta ciudad iba a dar juego) me 
acompañaron y guiaron por los vericuetos del barrio de Gerolimini. 

Hablando de carteles, otros que ves y que te llaman la atención son los electorales:

Por un lado los de la oposición, normalitos, con un señor con pinta de bueno, pero sosito, que se hace
llamar Sr. Luca y con el lema, sosito como él, de “Luca per Caldore” (¿alcalde? de Napoli). 

Por otro lado los del Polo de la Libertá, de Berlusconi, con una candidata que es una pedazo de modelo,
Emanuella Romano, “la tua Emanuella per Caldore” -¡¡cómo suena¡- (Lo sé, Ministra Aído, voy a volver a 
ser machista, pero…viendo los dos carteles, siendo una persona de centro, de los indecisos, de los que 
me parecen todos iguales, de los que hacen ganar las elecciones, acabo votando como Javier Sabina 
quien cantaba eso de que “de las dos majas de Goya, prefiero la misma que tú”-. 

Las casas están abiertas a la calle, cocinas y salones abiertos de par en par con lo que puedes –si eres
un poco cotilla y saludas con un “amabile” “buono giorno”, como es mi caso- hacer un pequeño estudio 
etnográfico de lo que se come, los batines que llevan las napolitanas, las zapatillas de estar en casa de 
los napolitanos o los azulejos de la cocina –esos de toda la vida…- . Además, si les dices que eres 
español, saltan como un resorte diciendo algo así como “grande la scuadra espagnola, grande Xavi, 
porca miseria l’azurri”. 

Una cosa que me prometí cuando volviera a España es mandarle una carta a la Ministra de Cultura,
Gonzalez Sinde(sdescargas) para que no visite esta tan extraordinaria como caótica ciudad porque a lo 
mejor le da un sofoco al ver que por la calle se venden libros, discos, sin pagar derechos de autor algo 
que según la Santa Madre Sociedad General de Autores Española es pecado mortal, de los gordos, y te 
ponen como penitencia escuchar los grandes éxitos del Fari (y pagar los royalties correspondientes) 
atado a una silla para que no te puedas escapar. 

Cuando veo el reloj de la Piazza Bellini me doy cuenta que son las cinco de la tarde, no he comido (ni
falta que me ha hecho) y que tengo una terrible sed. Entro en la primera tasca que me parece atractiva, 
Casa Bello, donde, como no, la cocina está abierta a los comensales. El camarero no tiene prisa. Yo 
tampoco. Observo el comedor con fotos del Napoli FC, del Vesubio, un cartel que dice “Si é aperto il 
manicomio”, una pareja de franceses mirándose arrebolados con cara de franceses arrebolados mientras 
se toman una cerveza Perroni de 660 cc. 

En cuanto pillo al camarero, le pido en mi correcto italiano de Iturrama “una birra molto grande y molto
freda” mientras señalo la de la pareja francesa por si no entiende. Llega la cerveza, Molto freda como se 
la había pedido, y mientras me atiende y pido unos gnocci a la sorrentina y los preparan voy 
bebiéndome la botella como si fuera agua. “Cerveza Perroni. L’Historia de una passione” dice la etiqueta 
en la que se ve el resultado de Italia 2 –Nigería 0 del Mundial del 94 en Estados Unidos que ganó Italia 
(y que recordaremos por el famoso codazo de Tassoti a Luis Enrique). 

Acabo tomándome una segunda botella mientras pienso que hay momentos como ese, instantes únicos,
irrepetibles, que deben de ser lo que llaman felicidad. 

Tomado el café expreso –una especie de avecrem de café-, pago la cuenta, me enfundo mi camiseta de
“La Roja” y salgo a la luz con una alegría,… un dejarte llevar…,…un no se qué… que voy bajando al 
puerto de Nápoles, como el Virrey de Nápoles y la Navarra, con los ojos brillantes y una sonrisa 
bobalicona tarareando una de las más famosas canciones napolitanas, de 1898, popularizada por Enrico 
Caruso, napolitano ilustre: 
 
‘O sole mio 
sta ‘nfronte a te! 
‘O sole, ‘o sole mio 
sta ‘nfronte a te, 
sta ‘nfronte a te!

En el camino de vuelta, en el que todo parece aún más fantástico, cosas de la birra Perroni, me
 encuentro con tres chicas francesas con pinta Beca Erasmus, que me saludan con un “Allez l’Espagne” 
quedándome en un tris (mi sentido del ridículo es casi nulo pero la visión inquisidora de San Genaro me 
detiene) de pedirle un baile a la morena en plena calle. 

Arrivederci Napoli, fascinante y desconcertante, arrinconada y a veces desdeñada, sufriendo las
consecuencias de su mala reputación, único lugar donde es posible esta filosofía de la vida, un apetito de 
vivir desesperado, una mezcla de ironía y de fatalismo, barroca y excesiva en todo, desde los edificios 
hasta los dulces y helados. Todo aquí despierta los sentidos y estimula el espíritu algo que solamente se 
produce con la mezcla y contaminación de culturas y personas -genio griego, el espíritu romano y pasión 
española a partes iguales–. Y todavía hay algunas tribus en Europa que buscan purificar su raza… 

Conforme se aleja ya el barco me viene a la cabeza la historia de las famosas “Cuentas del Gran
Capitán”, que presuntamente transcurrió en Nápoles, mientras preparaba el embrión de lo que serían los 
Tercios de Flandes y el dicho que a propósito circulaba de que: 


España fue mi natura,
Nápoles mi ventura, 
Flandes mi sepultura.

A mi solamente me queda decir que

espero que os haya entretenido leerlo
como a mí escribirlo 
y, sobre todo, vivirlo¡ 

5 ó 6 de Julio, ya no me acuerdo; del 2010, eso seguro.

Pd. El barco salía a las 19.00 y me quedé con ganas de asistir al último espectáculo de Sara Montiel

(aunque desde que sale con un joven apuesto napolitano 1937 años más jóven que ella, dicen en las

calles del barrio de Emmanuelle, que ha perdido mucho).


 

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